Toda sociedad que nace de una mezcla en el fondo nace del dolor, de la agonía de saberse ajeno, de la obligación de mezclarse para sobrevivir, de la melancolía de abandonar el hogar para iniciar nuevas travesías. Sabido es que el jazz nace con el cambio de siglo, resultado de distintas semillas que germinaron en un terreno fértil, como lo es el continente americano. Distintas culturas, distintas agonías.
Los griegos decían que la pasión es en realidad padecimiento, dolor. Como una fiebre que nos envuelve. Pues, es pasión lo que sobra en los jazzistas, y es pasión lo que se encuentra en los verdaderos amantes del jazz. Hay entre ambos una consonancia en el dolor.
La música muchas veces nos habla del pasado, mejor o peor, pero nuestro. Tal como lo demuestra la saudade brasilera, esa nostalgia por el hogar, que acompaña prácticamente a toda la formación de una sociedad entera. Sí, el jazz no es fruto de la bienaventuranza norteamericana solamente; no por Arlen o Gershwin existe el jazz. El jazz existe porque hubo gente que sintió profundo dolor (pasión) y quiso expresarlo, y continúa existiendo porque esa expresión cobra vida cada vez que sentimos la carencia de ese mundo perdido, de ese tiempo perdido. Basta con recordar el sentido agonizante de algún blue (conviene escuchar la ejecución musical de Bessy Smith).
Ahora, el jazz tiene un componente no menos importante: el estilístico. Claro, no es esa música en bruto la que escuchamos en las Big Bands, sino que fue remodelada, enriquecida, sazonada, por el componente europeo. Sí, el jazz es una creación artística. Como tal, exige que el tímpano del auditor esté lo suficientemente agudo y afinado como para apreciar la belleza de un sobreagudo de saxo o, para ir más lejos, un solo de Satchmo. Y hablando del rey del jazz, Louis Armstrong supo combinar de forma excelente esa unión entre el dolor y la belleza, entre la pasión y la habilidad musical. Uno de los precursores de la historia de la música en demostrar lo que sentía mientras ejecutaba una pieza maestra, quien también sufrió por el dolor de la tardía esclavitud en los estados sureños, quien cuando tocaba se conectaba de forma única con su público (tanto gente común como otros músicos admiradores), el que coreaba alegremente When The Saints Go Marching In.
Sí, el jazz nace de la mezcla cultural, en un terreno tan fértil como el norteamericano. “Resultó del encuentro de elementos diversos, en su transfiguración por síntesis”. Y fue, desde el principio, la expresión de los profundos sentimientos humanos.
Podríamos fijar el año de 1895 como la fecha en que nace el jazz, que es el momento en que las orquestas de los bailes populares de Nueva Orleáns agregaron los blues y los rags a su repertorio de danza (el ragtime había surgido a fines del siglo XIX por la mezcla que hicieron los negros de Luisiana en que adoptaron las polcas, las cuadrillas, las marchas y las melodías de moda entre los blancos).
La música popular pronto adquiriría proporciones monumentales al conocer el refinamiento por parte de la europeización de la ejecución musical. En este contexto, aparece George Gershwin, el gran compositor del jazz de la primera mitad del siglo XX, un autodidacta, autor de canciones que denotaban el alma norteamericana nacida del sufrimiento (la mezcla cultural) pero forjando un futuro de esplendor (los inmigrantes y su sed de progreso).
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